piel marengo

piel marengo

martes, 29 de octubre de 2013

Una habitación con vistas

CAPITULO 1


- Buenos días, mi nombre es… 

- Se cual es su nombre.
 - ya, era por si no…
 -¿Tendría la bondad de esperar allí por favor?
 - Es que llevo esperando un buen rato y…
 - Lo entiendo perfectamente pero hay más gente su misma situación.

 La estancia era de una considerable amplitud, bañada por una luz difusa no demasiado intensa. No dejaba de llamar la atención el hecho de qué, con excepción de un austero escritorio ocupado por aquel anciano de pelo cano, el mobiliario era escaso, insuficiente para las dimensiones de la habitación, apenas unas pocas sillas de tubo metálico, tapizadas en color gris claro. No había ventana alguna, y no era posible situar los puntos de luz, simplemente no había lámparas ni bombillas, o focos que proporcionaran esa luz suave que inundaba la habitación. La gente que se encontraba allí, deambulaban por la amplia sala solos o en pequeños grupos de dos o tres personas, con aire despreocupado charlando en voz baja, y a primera vista nadie daba la sensación de estar alterado o nervioso. Solo nuestro hombre parecía ansioso, y con la sensación de ser el único que desconocía el motivo de su presencia allí. 

 - Perdone que insista pero es que…

 - Se está poniendo un poco impertinente ¿sabe? 
- Es que verá, está usted ahí, en su escritorio, sin atender a nadie y…
 - Y se pregunta qué es lo qué estoy haciendo ¿no?
 - Pues ya que Ud. Lo menciona… si 
- Cuando llegue su turno será avisado, no se preocupe, y ahora vuelva a su sitio por favor.

Un vistazo general a lo largo y ancho de la gran sala, proporcionaba otro dato curioso: salvo por la presencia de aquel enjuto anciano, no se detectaba la presencia de personal perteneciente a la plantilla de la… empresa, institución, o lo que fuera a lo que perteneciera la habitación.

- Perdóneme de nuevo caballero, mire no se que ha sido de mi reloj pero le puedo asegurar que llevo bastante, no bastante no, mucho tiempo aguardando a que me atiendan, porque le voy a decir una cosa: no se qué coño hago aquí, por no decir que tampoco tengo ni la menor idea de lo que es esto. 

- Mire es Ud. Un poco pesado, ya le dije que le avisarán cuando le llegue su turno. 
- Si, eso es lo que me dijo y sin embargo llevo mirándole un buen rato, y he advertido sin ningún género de dudas, que no está Ud. Atendiendo a nadie, y le aseguro que yo tengo un límite. 
- ¿Un límite para qué? 
- Mira con las que me sale ahora ¿Se cree muy gracioso no? Me gustaría hablar con el responsable.
 - Con el responsable de que.
 - Mire abuelo me estoy empezando a cansar, ¿Qué es esto una broma, una cámara oculta?, porque si es así vale, me ha hecho mucha gracia; y ahora, dígame donde está la cámara, nos abrazamos, nos echamos unas risas y hala, con dios, que ya está bien de cachondeo. 

El anciano que había permanecido con la cabeza inclinada sobre su escritorio sin dedicar la más leve mirada a su interlocutor, levantó la vista por encima de sus oblicuas lentes dedicando ahora sí, una mínima atención a este. Un tenso silencio conectó a los dos personajes durante unos larguísimos segundos, silencio interrumpido por el anciano. 

-Está bien Ud. Gana, se ve que hoy no es mi día, o lo que es peor, es mi día horrible. 

- Por fin ha entrado en razón, le ha costado.
- Vamos a ver le explico: No está aquí por casualidad. Primero tengo que consultar su historial.
- Eso consulte su ordenador. 
-No tenemos ordenadores. 
-¿Qué no tiene un ordenador, Qué es esto la Corte del Rey Arturo?
- Cada cierto tiempo me toca un de estos – Dirigiéndose al techo con la mirada mientras levanta las palmas de las manos.
- Ya le he dicho que no está Ud. Aquí por casualidad, que su presencia obedece a un motivo plenamente justificado, y ahora si me permite voy a consultar su ficha, si no tiene Ud. Inconveniente.
- Está bien, mire señor… ¿me dijo que se llamaba…?
- No le he dicho como me llamo.
- Ya, ya lo sé, yo me llamo…
- También le he dicho con anterioridad que se su nombre.
-Hemos empezado con mal pie, pero en esta vida todo tiene remedio menos la muerte.- Ahora el anciano se tapa la cara con las manos mientras apoya los codos sobre la mesa.
 - Esto va a acabar muy mal, lo presiento – hablando en voz baja.
 - Vamos a hacer un trato, Ud. Se sienta unos segundos mientras llamo a mi asistente y enseguida me ocupo de su caso, por favor, no me ponga las cosas difíciles. 

Aquello no parecía tener sentido, y por otra parte soliviantar al “funcionario” no daba resultado alguno, así que visto lo visto la solución más sensata se ofrecía clara, armarse de paciencia y seguir aguardando en aquel recinto de locos, una respuesta coherente para aquella insólita situación. Al cabo de un buen rato aparecieron dos personas caminando con paso decidido, hacia el impaciente caballero que inquieto, revoloteaba frente a la mesa del funcionario con las manos en la espalda mirando al suelo. Una mujer de mediana edad, alta, de pelo castaño recogido con una coleta, y ataviada con un discreto pero elegante traje de chaqueta gris marengo, se detuvo frente al visitante, mientras su acompañante un hombre delgado y con un fino bigotillo a la moda de los cincuenta, se mantenía un paso por detrás a su costado derecho.

-Buenos días caballero, me dicen que está Ud. interesado por el motivo de su presencia aquí - le dijo la señora con energía sin más preámbulos.
 -En efecto, y ya era hora de que alguien se dignara a darme alguna explicación. 
- Verá señor, generalmente todo el mundo es consciente de su estancia aquí, por lo tanto no le extrañe que estemos un poco sorprendidos de su actitud.
 - Oiga, no me negará que todo esto es un tanto irregular, empezando por esta oficina, sin casi mobiliario, sin ventanas, y qué decir del funcionario este, que o no sabe no contesta, porque entre otras cosas señora, ¿Cómo diablos he llegado aquí?

La elegante señora y su discreto acompañante, cruzaron las miradas con una sensación de incredulidad que les resultaba incómoda, y además parecían no dar crédito a lo que escuchaban. Después de un prolongado silencio en el que ansioso visitante clavó la vista en la empleada, anhelando una respuesta, la funcionaria supuestamente encargada de atender al cliente, en un momento en que no parecía encontrar las palabras adecuadas, le espetó sin más:  

- Está Ud. muerto.